El lenguaje empresarial, heredero
de las escuelas y corrientes económicas, es muy dado a frases hechas que quedan
muy bien en las reuniones y comidas de negocios, pero que, por sí mismas, no dan
lugar a ningún resultado. Frases del tipo, maximizar la productividad, mejora
de costes, reducción de tiempos, gestión de inputs/outputs, el rating de
retorno, la rotación de almacenes… Frases en sí que no por tenerlas en cuenta
van a producir los efectos deseados.
Pero, por mucha perogrullada que
pueda parecer, vistas en el contexto adecuado, son parte fundamental, unas sí y
otras no tanto, de muchos de los negocios actuales.
En estos tiempos revueltos, una
de las frases en las que más se está incidiendo es la mejora de la
productividad, pero para poder llegar a ella no sólo hay que proponerse ese
objetivo. No sirve de nada implantar un objetivo empresarial, digamos de mejora
de la productividad del 5 %, sin poner los medios ni el plan de trabajo -u hoja
de ruta- para conseguirlo.
Es aquí donde se presenta el
dilema de las empresas, ¿es necesario invertir para mejorar la productividad?
La respuesta, generalmente, es sí, otro tema es en qué cuantía. Si se plantea
hacer esa mejora es porque la situación actual lo permite o lo requiere, o no
se están haciendo las cosas todo lo bien que se debiera (de todas maneras, la
gestión de la mejora debe ser algo continuo a tener en cuenta periódicamente
con los objetivos claramente marcados y valorables).
Una de las inversiones
fundamentales es la inversión en tecnología, lo que trae consigo la inversión
en formación del personal. De igual manera que la frase “vamos a mejorar la
productividad” no arregla nada de por sí sola, invertir en tecnología, tampoco
es la panacea. No tiene sentido invertir en un SAP, si luego no vamos a ser capaces
de explotarlo por falta de tiempo o de personal preparado o porque nuestras
necesidades de gestión no son tan elevadas como para justificar el coste.
Enfocándolo a la PYME dos son las
situaciones que se pueden dar, ateniéndose sólo a los programas de gestión, que
se posea o no un programa de gestión integrada o ERP.
Si ya se posee uno, siguiendo las
políticas de mejora continua, siempre debe ser cuestionable la situación de su
explotación, exigiendo un avance en el rango de la información gestionada, en
la automatización de procesos, en la captura de datos, en entornos interactivos
con los clientes, etc, siempre se puede llegar a dar una vuelta de tuerca más.
En el caso de que no tuviera un
ERP (normalmente hablando de entornos productivos, pero también solapable a
logística y servicios), la implantación de un ERP va a producir mejoras
significativas. La centralización de la información en una sola herramienta
vinculando toda la gestión comercial (pedidos, albaranes, facturas, cartera,
CRM, exportación a contabilidad) con la gestión productiva (fabricación,
planificación, almacenes y compras) reduce el error humano, mejora la gestión
administrativa y la de la información, permitiéndose un mejor control por parte
de la propiedad, al poseer indicadores que le permitan tomar decisiones en
todos los ámbitos de la empresa. Por tanto, plantearse invertir en ERP es un
paso adelante en la gestión de la mejora productiva y, por tanto, muy
recomendable en la mejora de la gestión empresarial.
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